La Gocha

Este juego era desarrollado en las praderías montañesas, fundamentalmente en el transcurso de tiempo bajo el cual se tenía el cuidado del ganado vacuno y en las ocasiones en que la mocedad tenía oportunidad de reunirse, pues aunque no existe número fijo de participantes pierde competitividad con menos de cuatro.

Con la navaja, cada participante realiza un agujero en el suelo de modo que sea lo profundo y ancho necesario para que soporte pinado su palo (rama de piorno u otra madera, con una curvatura ligera, similar al stick de hockey). Cada uno de estos agujeros dista aproximadamente de 2,5 a 3 metros de otro central, pero éste con un diámetro que en medida de la época era “el ancho de una gorra”.

Mediante uno cualquiera de tantos sistemas para proceder a sortear se determina de entre todos quien va a mano, por lo que existen tantos agujeros como jugadores menos uno. La distancia de la mano al agujero central se establece de común acuerdo.

El jugador agraciado se sitúa en la mano –entre 5 y 6 metros- provisto de su palo y una cepa; su misión consiste en lanzar la bola e intentar meterla en el agujero grande, pero los que forman el círculo tratarán, antes de que alcance el suelo, de sacarla violentamente los más lejos posible, propinándole un buen estacazo, con lo que el que sacó se dará una soberana caminata para recuperarla. En caso de que nadie logre expulsarla y efectivamente caiga dentro del agujero, este jugador no entra en el siguiente sorteo para que otro saque de nuevo.

Si la cepa no entra, ni tampoco es golpeada por nadie, ha de quedar en el suelo sin que la puedan tocar los componentes del círculo, permaneciendo cada uno con su palo taponando los agujeros desde el instante que la cepa toca la hierba, y hasta que el infortunado tirador se acerca y trata de emular a Seve Ballesteros, para comprobar con asombro, que no es precisamente al golf a lo que en este campo se está jugando, ya que en el instante que toca la pelota de madera una nube de palos descarga con toda furia sobre ella (a veces sobre sus piernas) impidiendo que siga la trayectoria hacia la fosa meta, pero no queda su misión fracasada por ello, pues, si mientras los jugadores del círculo entorpecen la tarea del alojamiento en el hoyo, el tirador logra meter su palo en algún agujero, el propietario del mismo es el que ha de ir a tirar, reanudándose nuevamente la competición.

No es difícil advertir que, amén del valor necesario para aguantar los envites en la lucha por golpear la no tan redonda cepa, la práctica de este juego –del que desconocemos la procedencia de tan mal sonante denominación para definir este preciado “mata ratos”- tiene incluidos a la vez, otros que actualmente se practican por separado, lo que demuestra las cualidades de aquellos aguerridos “profesionales” sin cremas, masajes, ni cheques de nueve cifras por llevar un nombre a la espalda, y jugar, simultáneamente en una sola partida, a la rana, beisbol, golf, hockey y esgrima.

Artículo publicado por Lávana en la revista Los Argüellos Leoneses.

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